El camino a casa
UN PRISIONERO EN ROMA

Historia 19 – Hechos 28:2-31
La gente de la isla de Malta era muy cordial con los que naufragaban del mar. Hacía mucho frío y estaba lloviendo, los hombres del barco estaban empapados. Los isleños los atendieron muy bien, hicieron una fogata y los invitaron a acercarse. Pronto se dieron cuenta de que eran prisioneros y que tenían a soldados vigilándolos. Sucedió que Pablo recogió un montón de leña y la estaba echando al fuego, cuando una víbora que huía del calor se le prendió en la mano. Al ver la serpiente colgada de la mano de Pablo, los isleños se pusieron a comentar entre sí: “Sin duda este hombre es un asesino, pues aunque se salvó del mar, la justicia divina no va a consentir que siga con vida.” Pero Pablo sacudió la mano y la serpiente cayó en el fuego, y él no sufrió ningún daño. La gente esperaba que se hinchara o cayera muerto de repente, pero después de esperar un buen rato y de ver que nada extraño le sucedía, cambiaron de parecer y decían que era un dios y querían adorarlo. Cerca de allí había una finca que pertenecía a Publio, el funcionario principal de la isla. Este los recibió en su casa con amabilidad y los hospedó durante tres días. El padre de Publio estaba en cama, enfermo con fiebre y disentería. Pablo entró a verlo y, después de orar, le impuso las manos y lo sanó. Como consecuencia de esto, los demás enfermos de la isla también acudían y eran sanados. Les dieron muchas atenciones y les proveyeron de todo lo necesario para el viaje.

Al cabo de tres meses, el centurión encontró un barco que había invernado allí, venía de Alejandría con rumbo a Italia; el nombre del barco era “Los hermanos gemelos.” Después de este tiempo en la isla, el centurión les dijo a sus hombres, a los prisioneros con Pablo y sus amigos que abordaran el barco, y así zarparon de Malta. Después de hacer algunas escalas en algunos lugares, el barco paró en Pateoli en el sur de Italia, de allí se fueron rumbo a Roma. La iglesia en Roma a la cual Pablo le había escrito una carta, sabían de su llegada a Roma. Algunos de los hermanos viajaron un tramo para ir a recibirlo a las afueras. Al verlos, Pablo dio gracias a Dios y cobró ánimo. Él había deseado ir a Roma hace tiempo, y por fin ya estaba allí, aunque encadenado, pero muy feliz de ver a los hermanos. Julio el centurión llevó a los prisioneros al capitán de la guardia en la ciudad. Julio le habló al capitán bien de Pablo, y este le permitió tener su domicilio particular, con un soldado que lo custodiara. Tres días más tarde, Pablo convocó a los dirigentes de los judíos a una junta en su casa, ya que él no podía ir a la sinagoga. Cuando estuvieron reunidos, les dijo: –Hermanos, a pesar de no haber hecho nada contra mi pueblo ni contra las costumbres de nuestros antepasados, me arrestaron en Jerusalén y me entregaron a los romanos. Estos me interrogaron y quisieron soltarme por no ser yo culpable de ningún delito que mereciera la muerte. Cuando los judíos se opusieron, me vi obligado a apelar al Cesar, pero no porque tuviera alguna acusación que presentar contra mi nación. Por este motivo he pedido verlos y hablar con ustedes. Precisamente por la esperanza de Israel estoy encadenado.

–Nosotros no hemos recibido ninguna carta de Judea que tenga que ver contigo, ni ha llegado ninguno de los hermanos de allá con malos informes o que haya hablado mal de ti. Señalando un día para reunirse con Pablo, muchos de ellos fueron a la casa donde estaba él. Desde la mañana hasta la tarde estuvo explicándoles y testificándoles acerca del reino de Dios y tratando de convencerlos respecto a Jesús en el Antiguo Testamento. Unos se convencieron por lo que él decía, pero otros se negaron creer. No pudieron ponerse de acuerdo entre sí, y comenzaron a irse cuando Pablo añadió esta última declaración: –Con razón el Espíritu Santo les habló a sus antepasados por medio del profeta Isaías diciendo: “Por mucho que oigan, no entenderán; por mucho que vean, no percibirán; se les han entorpecido los oídos, y se les han cerrado los ojos. De lo contrario, verían con los ojos, oirían con los oídos, entenderían con el corazón y se convertirían a Dios y dejaran su pecado.” Por tanto, quiero que sepan que esta salvación de Dios se ha enviado a los gentiles, y ellos sí escucharán.

Durante dos años completos permaneció Pablo en la casa que tenían alquilada, y recibía a todos los que iban a verlo. Cada día tenía a un soldado encadenado a él. Pablo seguía predicando y con tiempo los soldados se convirtieron en creyentes de Cristo. Cuando los soldados terminaban su trabajo, se iban de ese lugar llevándose con ellos el evangelio por todas partes. Así que aunque Pablo estaba preso seguía haciendo el bien y trabajando por Cristo. Algunos de los amigos de Pablo estaban en Roma con él, quizá en la misma casa. Timoteo, el cual Pablo le llamaba su hijo en el evangelio; el doctor Lucas, al que Pablo se refería como el doctor adorado; Aristarco de Tesalónica, el que estuvo con Pablo en la tormenta; Marcos, el joven que años atrás fue con Pablo y Bernabé en su primer viaje misionero a Antioquía, y visitó a Pablo en Roma.

En una ocasión cuando Pablo había estado en prisión, un amigo vino a visitarlo de Filipos en Macedonia, su nombre era Epafrodito. Él le trajo a Pablo un mensaje conmovedor de la iglesia, junto con provisiones para ayudar a Pablo con sus necesidades. En retorno a esto, Pablo escribió una carta a la iglesia en Filipos, “La epístola a los filipenses”. Era una carta llena de palabras tiernas y conmovedoras. Pablo envió esta carta con Epafrodito con la compañía de Timoteo; probablemente porque Epafrodito estaba enfermo y Pablo no quería que él viajara solo. Pablo conoció en Roma a un esclavo fugitivo con el nombre de Onésimo, le pertenecía a Filemón, uno de los amigos de Pablo. Filemón vivía en Colosas en Asia Menor, cerca de Éfeso.

Pablo compartió el evangelio con Onésimo y este dio su corazón a Cristo. Aunque, Pablo necesitaba un ayudante, lo mandó de regreso con su dueño Filemón. En una carta que Pablo escribió a Filemón, “La epístola a Filemón”, mandada por Onésimo; Pablo le pide que reciba a Onésimo no como esclavo, sino como hermano en Cristo. Onésimo no solo entregó la carta para Filemón pero también la carta que Pablo escribió a la iglesia en Colosas, “La epístola a los colosenses”. Alrededor de ese mismo tiempo, Pablo escribió la carta más maravillosa de todas sus cartas, “La epístola a los efesios”, la cual Pablo envió a la iglesia en Éfeso. El mundo entero se ha enriquecido por las cuatro cartas que Pablo escribió en el tiempo que estuvo en la prisión en Roma.

Durante este periodo, Pablo escribió, “La primera epístola a Timoteo”. Pablo había mandado a Timoteo a trabajar con la iglesia en Éfeso. También escribió, “La epístola a Tito”, él estaba a cargo de las iglesias en la isla de Creta. En la prisión romana, Pablo escribió su última carta, “La segunda epístola a Timoteo”. Después de haber escrito esta última carta, el malvado emperador Nerón causó la muerte de Pablo. Entre sus últimas palabras en la carta a Timoteo, Pablo escribió: “He peleado la buena batalla he terminado la carrera, me he mantenido en la fe. Por lo demás me espera la corona de justicia que el Señor me otorgará”.